lunes, marzo 09, 2009

Horas extras

Amo mi trabajo, pero también mi vida: Lo que pensé al ver The Wrestler.
A la mierda el Oscar…
Hay mucha gente que trabaja en fines de semana. Para un sector laboral, desde meseros y choferes hasta doctores y reporteros, el calendario se configura con el fin de satisfacer las demandas de su profesión. Pero en el caso de quienes laboramos en el acostumbrado lunes a viernes de 9 a 5 –que en muchos casos se convierte en un 8 am a 8 pm–, la idea de asomarnos a la oficina en sábado o domingo es simplemente aborrecible. Hasta los workaholics detestan pasar la mañana sabatina en su lugar de trabajo. Otra cosa muy diferente es trabajar desde la casa, sin la opresiva imagen de una oficina vacía.

Los luchadores, como bien dice Botellita de Jerez, son personajes que chambean todos los domingos, pues su vocación así lo exige. The Wrestler, un drama dirigido por Daren Aronofsky estelarizada por Mickey Rourke, es la historia de un luchador profesional tan entregado a su oficio, que lo único que le queda en la recta final de la vida es el amor incondicional de su público: sin familia, amigos o dinero, los fans son los únicos que le dan propósito real a su existencia. La actuación de Rourke es estupenda, y ver encuerada a Marisa Tomei con piercings en los pezones vale la pena. La cinta narra el último episodio de la heroica vida de Andy The Ram (el carnero), quien enfrenta su destino a expensas de glorias pasadas; para él, su época no ha terminado, simplemente tiene una mala racha que pronto remontará. Para ello intenta recuperar el amor de su hija y embarcarse en una nueva relación sentimental, sólo para repetir las mismas pautas de conducta que condicionaron su actual existencia.

He conocido a mucha gente que sacrifica sus fines de semana encerrados en la oficina con tal de entregar bien y en tiempo su trabajo, y lo hacen con tanta convicción que incluso lo ven como un requisito indispensable de su profesión, un deber necesario que eventualmente se transforma en rutina. Pero se trata de una batalla perdida: nadie apreciará este tipo de acciones, ni los jefes ni los beneficiarios del producto final. A menos, claro, que seas un atleta que se lleva la anotación del triunfo o el médico que salva la vida a la víctima de un accidente, pero ellos, como dije antes, trabajan en su respectivo horario.