miércoles, mayo 21, 2008

Sospechosos comunes


El viernes pasado, al regresar a casa, me encontré con Olivier en el autobús. En su regazo tenía un libro, la antología definitiva, volumen 1, de los cuentos completos de Isaac Asimov. Yo tenía en la mochila El fin de la eternidad, y la coincidencia hizo más amena la charla mientras llegábamos a nuestro destino. En realidad no platico mucho con él en la oficina, a pesar de que nuestros lugares de trabajo están a menos de dos o tres metros de distancia. Además tenemos a un amigo en común, el Bef. Nuevamente la CF resolvió un vínculo.

En el microbús que tomo en la mañana frente al WTC me he topado con ciertas personas que habitualmente llenan el tiempo ocioso de viaje con un libro. Creo que con el paso de los días ya nos reconocemos. Está la chica que ha alternado entre Saramago e Italo Calvino (a quien no he visto últimamente). Por ahí el tipo clavadísimo con Desmond Morris. Otra que sigue enfrascada en la saga de Harry Potter (cuyos lentes parecen de abuelita). Un sujeto en sus veintitantos comenzó a leer 2666 de Roberto Bolaño. Está la señora que, aun de pie, no suelta a Doris Lessing (y que sospecho es maestra en la Ibero). Ignoro cual sea la personalidad de cada uno, a estas alturas no podemos juzgar a la gente por sus lecturas, pero creo que en definitiva quien lee ciencia ficción clásica pertenece a una especie en extinción y existe cierto lazo de hermandad o solidaridad inherente con el resto de nosotros.

Hoy repasaba un libro sobre utopías, de Jean Servier, y al levantar la vista del texto no encontré a ninguno de los lectores, a quienes he llamado los sospechosos comunes. En realidad estaba ya tarde, a ellos sólo los encuentro en el horario de 7 a 7.30 am. Más tarde, en esa ruta, sólo está la gente que lee los tabloides. Cada quien que lea lo que quiera.

Por otro lado, leer en microbús implica un gran esfuerzo para la vista. A menos que el libro me guste mucho, suelo rendirme después de media hora pues siento que la cabeza me da vueltas y los ojos me van a explotar. En el metro es distinto, es más sencillo, a menos que esté abarrotado de gente. Encontrar un momento en el día laboral para leer fuera de casa es casi imposible, al menos en mi caso (a menos que no sea por motivos de trabajo). Mi tocayo, después de comer y si el tiempo lo permite, se va a la cafetería del complejo de edificios en el que trabajamos. Cuando esta opción no es viable se va al estacionamiento y se encierra en su auto. El mister creo que ha hecho lo mismo…aunque una vez se quedó dormido y se despertó hasta las ocho de la noche…

Foto googleada: lectura microbús