domingo, abril 10, 2011

Fiesta en el espacio



Me encantaría asistir a una de esas fiestas en honor a Yuri Gagarin, quien como buen personaje de culto tuvo el tino de morir en un accidente de aviación. Beberé cocteles bautizados con nombres de películas de ciencia ficción, vistiendo mi playera de Aeroflot y en mi chamarra colgaré los pines conmemorativos del crucial evento. Hasta ahí es todo lo que puedo hacer, porque el medio siglo de exploración humana en el espacio no ha brindado grandes avances o beneficios a corto plazo: el viaje se ha convertido en una operación tan costosa que sólo unos cuantos países y un puñado de multimillonarios se pueden dar el lujo de patrocinar. La tecnología que ha surgido a partir de esta aventura si bien es sorprendente sus beneficios son en realidad limitados. Falta mucho para establecer colonias en territorio extraterrestre; mientras tanto se vale especular.
Para celebrar la hazaña, escogí un fragmento de la novela Fiasco (1986) de Stanislaw Lem: el espacio es un territorio vasto y desconocido, capaz de empequeñecer cualquier vestigio de la arrogancia humana.

Las operaciones siderales, por ser fenómenos de proporciones astronómicas, no pueden ser para el observador -a pesar de la energía que en ellas se libera- una experiencia tan profundamente conmovedora como una inundación o un tifón. Incluso un terremoto, algo submicroscópico a escala de las estrellas, supera la capacidad de los sentidos humanos. El verdadero terror -o el verdadero goce- lo producen en el hombre sucesos que no sean demasiado vastos ni demasiado minúsculos. Uno no puede sentir una estrella del mismo modo que una piedra o un diamante. La menor de las estrellas, un océano de océanos de fuego eterno, incluso a una distancia de un millón de kilómetro se convierte en un muro de calor que rebasa sus horizontes, y más de cerca pierde toda forma, fragmentándose en vórtices caóticos de llamaradas cegadoras. Sólo desde una gran distancia los embudos más fríos de la cromosfera quedan reducidos a manchas solares.
     Pero esta misma regla, que hace imposible experimentar la inmensidad, opera en los asuntos humanos. Se puede sentir compasión por la agonía de un individuo, de una familia, pero el exterminio de millones de seres es una abstracción numérica cuyo contenido existencial no se puede asimilar.
(Capítulo XII, Paroxismo, pág.210)

Claro, la Tierra fue sólo un puñado de polvo cósmico con demasiada suerte, y parecería increíble que no existieran otros planetas con las condiciones suficientes para albergar vida. Sin embargo, para averiguarlo, primero tendríamos que resolver cantidad de problemas sociales aún pendientes.
Salud exploradores del espacio. Sic itur ad astra.