viernes, marzo 02, 2007

Bichos

Mientras Diego se recupera del knockout que le impuso un rotavirus el fin de semana pasado –y yo del desgaste emocional que esto significó– durante la semana me encontré trabajando al más puro estilo Gibsoniano con información de una compañía rusa que desde hace años desarrolla propuestas para nanorobótica. Que la página no esté actualizada desde febrero de 2006 me hace pensar que les faltó financiamiento (la mafia rusa tiene otras cosas en qué invertir su dinero), además que este tipo de tecnología está a muchos años de distancia.
Camino a la oficina reflexioné sobre la naturaleza del contagio de microorganismos y virus –Jonás, el hijo de Pepe, fue afectado por un retrovirus hace apenas un mes en Tijuana–. Recordé entonces la escena de Pulp Fiction en la que Uma Thurman le dice a John Travolta que este puede usar su popote para probar su malteada de cinco dólares, ya que sus bichos son inofensivos. Hace años Saúl, un viejo amigo, cuando nos tomábamos un café en Vips (uf!) para platicar sobre Lovecraft (tsss!), se fijó que los clientes de la mesa de junto se retiraban sin haber probado su comida. De inmediato Saúl se dirigió a la mesera: ‘Señorita, ¿me puede pasar el plato del señor que se acaba de ir?’ La sola idea me parece asquerosa, no lo sé, supongo hay gente a la que no le importa recoger el pedazo de comida que se cayó al suelo, pero tomar algo que otra persona ‘manoseó’ me causa problemas. La mesera, por política de la empresa supongo, se negó a darle la comida despreciada. (¿Quién paga un platillo para no comerlo? ¿Algún decadente juego de millonarios?)
Al llegar al trabajo, me dio gracia cuando Carlos Balan me contó que durante la hora de la comida, en el centro comercial Santa Fe (of all places), una chica con apariencia de turista mochilera-extranjera (despistada tal vez, pues Santa Fe puede ser todo menos un lugar turístico), se acercó discretamente a una mesa del área del comedor donde había un par de filetes abandonados. Se acercó con cautela y se los tragó, sonrojada eso sí, pendiente de que nadie la descubriera, pero Emir, la chica de Carlos, estaba muy al pendiente. (Nota: conozco a un par de cretinos que si hubieran visto hacerlo a un campesino lo hubieran criticado, en cambio a la extranjera la hubieran compadecido).
Un beso es un vector de contagio más fuerte que comerte la comida que otro dejó, de eso estoy casi seguro, pero uno nunca sabe. Si las salsas de las taquerías están expuestas a la interperie todo el día y así no pasa nada, podríamos decir que también la suerte juega un factor muy importante. Una vez me enfermé por comer tacos de guisado en metro Chapultepec. Estaban buenos los cabrones.

Estos son los finalistas del concurso de cartel de diseño para la señalización del Peligro Nanobiológico. A decir verdad, los tres ganadores no me gustaron mucho.

Una de las mejores revistas de divulgación científica, la IEEE Spectrum, este mes incluye dos artículos que me llamaron especialmente la atención: sobre un sujeto con RFIDs implantados en sus manos (escribí una breve reseña sobre el libro Chips Espía en la revista Replicante) y otro es una serie de fotografías de un museo dedicado a la historia de la telefonía y otras investigaciones llevadas a cabo por los Laboratorios de AT&T –esto es rock y no mamadas–.

Escucho: K, de Kula Shaker

At the moment that you wake from sleeping and you know its all a dream
Well the truth may come in strange disguises
Never knowing what it means