Somewhere, very close, the laugh that wasn't laughter
- William Gibson
En la mayoría de las culturas primitivas no se consideraba correcto pronunciar el nombre de las personas muertas (1). Algo bastante lógico si se piensa que con esto se invoca a sus fantasmas. Entre los ritos funerarios de algunas tribus de Australia, llama la atención aquel en el que los cuerpos son colocados sobre una plataforma instalada en lo alto de un árbol para que este se integre al mundo; para los aborígenes el bosque es una metáfora de la creación. Los Parsi de la India y algunos tibetanos, en un acto de desprecio al cuerpo una vez que este deja de albergar el alma, lo colocan en lo alto de las montañas o torres de madera para que se lo coman las aves carroñeras (2). En contraste, llevar la urna con los restos del ser querido al espacio es demasiado al siglo XX; este acto falló sin remedio en el caso del actor James “Scooty” Doohan de la serie Star Trek cuando la nave de carga que llevaba sus cenizas y las de otras 208 personas explotó en pleno vuelo (*).
Una editorial del periódico estadounidense The Oregonian titulada All the Lonely People hacía mención del mal estado en el que se encontraban las instalaciones del hospital psiquiátrico estatal de Oregon. Fundado en 1893, el lugar se convirtió en depositario de criminales dementes y pacientes comunes que no tuvieron cupo en otras instituciones. El texto en The Oregonian, que posteriormente ganaría el Premio Pulitzer en 2006, se centra en un peculiar detalle: en el sótano del edificio hay un cuarto donde se almacenan miles de pequeñas latas de cobre; en el interior de cada una se conservan las cenizas de cuerpos que nunca fueron reclamados por sus familias. Cual escenario de una narración de Clive Barker o Neil Gaiman, nos enteramos que los muertos del cementerio del hospital fueron exhumados en el periodo 1913-1914 e incinerados; los internos que fallecieron a partir de aquellos años corrieron con la misma suerte. Las urnas se acumularon con el tiempo hasta que en 1976 sumaron casi cinco mil; se decidió entonces enterrarlas bajo una modesta lápida memorial, pero a los pocos años fueron devueltas al edificio, donde a la fecha permanecen. Para hacer más dramática la situación, aquel sitio recibe mantenimiento por parte de prisioneros de la penitenciaría local.
Pero el hospital tiene a cuestas su propia leyenda de gloria: es el escenario central de la novela One Flew Over the Cuckoo's Nest (1962) de Ken Kesey; quienes hemos visto la adaptación cinematográfica de Milos Forman conocemos bien sus instalaciones, pues la cinta ganadora de varios premios Oscar se grabó precisamente en aquel lugar.
La historia llega al punto en que el fotógrafo estadounidense David Maisel se dedica a retratar algunas de estas latas; el aspecto que presentan debido a la corrosión es de una estética particular, que en momentos el autor compara con imágenes celestiales, constelaciones o planetas. Su proyecto titulado Library of Dust (Librería de Polvo) recoge imágenes de algunos de los 5,118 recipientes, guardados a la espera de encontrar su lugar en el mundo. Maisel considera que en ellas aun se conservan las almas de aquellos hombres y mujeres, lo que resulta más inquietante.
Existe una fuerza demasiado poderosa que impide a estas personas ser olvidadas. El hecho de que las imágenes de sus receptáculos e historia estén colgadas en la internet es parte de un rito funerario más avanzado propio de este siglo. Esto es la risa que no era risa, el eco de los fantasmas electrónicos con los que se encuentra Case, el protagonista de Neuromancer de William Gibson. Pienso que la obra de Maisel y estas palabras que se escriben sobre ellos, en un idioma distinto al que conocieron en vida, son una extensión de su recuerdo que permanecerá por cierto tiempo, y la fascinación que despiertan en nosotros es una manera de integrar sus almas a un nuevo mundo.